El oficialismo saliente quiere defender su "legado" y se prepara para manejar el espacio de mayor vigor institucional que conservará
La definición de la presidencia de la Nación a través del primer balotaje de la historia hizo que el presidente electo tuviera apenas 18 días para sentirse plenamente como tal. Ni hablar de transición, más allá de las características de la administración saliente de entonces, poco propensa a brindarle información en general y a los buenos modos con la gestión entrante en particular. En cambio Alberto Fernández arrasó en las PASO y pudo sentirse presidente ya a partir de agosto.
No sólo Alberto Fernández: todo el mundo consideró el resultado final definido, a partir de la diferencia alcanzada. Más allá de la remontada de Juntos por el Cambio en las elecciones generales, con 121 días de antelación se dio por sobreentendido que el kirchnerismo volvería al poder a partir de diciembre. De ahí la reacción de los mercados del 12 de agosto.
Es así que si la transición de Macri fue excesivamente breve, puede decirse sin exagerar que la transición del candidato del Frente de Todos ha sido (es) extremadamente extensa. Ideal para llegar muy bien preparado a la primera magistratura, podría decirse. Pero en la práctica tanto tiempo complica al ganador, sobre todo en un país como este. Porque obliga a tener un período de transición demasiado largo, en el que quien gobernará en el futuro está aún imposibilitado de tomar decisiones, y ni siquiera puede revelar quienes serán los encargados de manejar cada área, para evitarles desgaste.
Ese es por lo menos el pensamiento del presidente electo, que juega al misterio convencido de que adelantar los tiempos afectaría su gestión. Por eso descartó de plano la sugerencia de muchos de anunciar la misma noche del 27 de octubre, en el discurso celebratorio, cuál sería su plan económico y quién lo llevaría adelante. Era una exagerada recomendación para evitar repetir en octubre una jornada como la del 12 de agosto, pero a la postre se verificó innecesario. Bastó con palabras mesuradas y la foto de ambos presidentes -el electo y el saliente- en civilizada convivencia; pero sobre todo con el cepo recargado anunciado por el BCRA inmediatamente después del discurso de Fernández.
Empero, aguardar al filo del 10 de diciembre para dar precisiones sobre el plan económico pareciera excesivo. Así lo interpretan en Wall Street, y así se verifica en el riesgo país, que sube en función de las declaraciones.
Mientras tanto se juega al misterio, y así como hace diez días Matías Kulfas era número puesto para encabezar la cartera de Economía, hoy crecen las chances de Guillermo Nielsen, hasta hace cinco minutos destinado al área de energía. Igual, el ex secretario de Finanzas sigue trabajando en la previa más en función de Vaca Muerta que en el plan económico a implementar.
Para los puestos clave, mantener la incertidumbre parece ser la decisión oficial.
En el ínterin, el presidente electo viajó a México, para cumplir con lo que quería hacer -como ya hemos contado- cuando su viaje a España y Portugal: reunirse con el presidente Andrés Manuel López Obrador. En esa oportunidad, no se pudo concretar -se dice que por decisión del mexicano, atento a que Fernández era entonces solo un candidato presidencial-; ahora Alberto le sacó provecho a su estadía en tierra azteca. Porque amén de las reuniones, lo cierto es que el viaje le sirvió para alejarse una semana del asedio de su cargo, donde cada movimiento es una señal que se interpreta de modos diversos. Con todo, en sus contactos con la prensa -materia en la que es generoso- siguió brindando precisiones.
Las señales del mandatario electo parecieran atender la diversidad del amplio espectro que conforma el Frente de Todos. Con una particular propensión a contemplar los intereses del espacio más cercano a la compañera de fórmula de Alberto F. El encuentro con López Obrador, en sí, iba en ese sentido diferenciador de la administración actual; pero sobre todo lo fue la entrevista con Rafael Correa, el cónclave del Grupo de Puebla y las señales de beneplácito por la liberación de Lula.
Lo cual nos remite a la relación con Brasil, ensombrecida por las manifestaciones recurrentes de su presidente hacia su futuro par argentino. Convengamos que Alberto Fernández se ha mostrado moderado respecto de esas expresiones; salvo al principio, después ya no respondió a los desplantes. Aunque a Bolsonaro le alcanza con su postura manifiesta a favor de Lula para molestarse. Y todas sus señales a partir del cambio de signo político parecieran ir en el sentido de su postura original de frizar el Mercosur y avanzar en acuerdos comerciales por su cuenta. Mala noticia para Argentina.
El gobierno saliente, mientras tanto, hace la plancha en plena retirada. Con la tranquilidad que le da la calma cambiaria impuesta por un cepo extremo, a la administración macrista parece preocuparle solo atender su legado. Saben sus miembros que más allá de que Alberto F. y Axel Kicillof hayan dicho y reiterado que no hablarán siempre de "la herencia recibida", ese será el eje de su gestión, sobre todo en la medida que la economía no mejore. El concepto "tierra arrasada" estará siempre a flor de labios de los nuevos funcionarios y es por eso que la administración actual se esmera en difundir y dejar oficialmente publicado el estado en que dejan las cosas al irse. El presidente electo se adelantó a calificar esos datos de "mentiras".
Pero más allá de esa tarea defensiva que preparan de cara a la vuelta al llano, el mayor poder del oficialismo saliente estará en el Legislativo, donde serán la principal oposición de un Parlamento absolutamente bipartidista, en cuya Cámara de Diputados serán primera minoría. La buena señal para Cambiemos fue, en la derrota, una elección como la del 27 de octubre, que no solo les dio más diputados que los previstos en las PASO, sino que también los mostró como una alternativa respaldada por un 40% de los votantes. Esto es, no hubiera sido lo mismo que el actual oficialismo pasara a ser oposición con el escuálido 32% de las PASO, que hacerlo con el 40% que confirmó esta semana el escrutinio definitivo.
"En poco más de un mes este equipo deja de gobernar, pero nuestro compromiso sigue intacto y con una presencia sólida en el Congreso vamos a seguir defendiendo la democracia y aportando para que los argentinos salgamos adelante de manera genuina y para que nunca más tengamos que tropezarnos con los mismos problemas", expresó Mauricio Macri en la celebración de los 150 años del diario La Nación, referenciando la importante herramienta que conservarán en el llano.
Como sea, nadie en Cambiemos imagina a Macri metido de lleno en el día a día legislativo. De hecho, se tomará enero para descansar, cosa que no harán los legisladores que trabajarán ese mes como no lo hicieron a lo largo de todo 2019, para sacar un puñado de leyes que reclamará la nueva administración. Tal cual apuntó el sitio parlamentario.com, el Congreso sesionará así en el primer mes del año como no lo hace desde 2002, una comparación deliberada que más de un nuevo oficialista hará.
El presidente actual dejó su impronta en el futuro Parlamento al designar a Cristian Ritondo al frente del bloque PRO. Originalmente lo pensaba presidiendo también el interbloque, pero debió recalcular ante la reacción de los socios. Tampoco fue buena señal la frase que se le atribuyó al futuro jefe de bancada advirtiendo contra eventuales disidencias. "No es un buen comienzo", alertó un diputado alineado con el presidente de la Cámara saliente, Emilio Monzó, que reconoció ante este medio el "liderazgo" de Macri, pero recordó que "perdimos las elecciones, no podemos reiterar ese tipo de actitudes". Así las cosas, el Presidente se reunió con uno de los diputados electos que había expresado disidencias y el propio Ritondo se mostró contemporizador y habló de mantener la unidad.
Mientras tanto, el radicalismo deberá resolver su jefatura en ambas cámaras. Alfredo Cornejo quiere pelearle a Mario Negri la conducción del bloque en Diputados, pero el cordobés tendría los votos para impedirlo. Y en el Senado, el mendocino quiere imponer a Martín Lousteau como jefe del bloque, quedando Luis Naidenoff como titular del interbloque, cargo que hoy ostenta. "Lo importante es manejar el bloque, lo otro solo te permite cerrar los debates", aclaró una fuente consultada que puso en duda los "premios consuelo". Son demandas que trae al Congreso el gobernador mendocino, uno de los ganadores del 27 de octubre. El hombre es ambicioso: quiere ser presidente y no lo oculta. Al menos será candidato en 2023.
Con 119 diputados sobre 109 que tendrá el Frente de Todos, ese número es el principal activo de Juntos por el Cambio. Y bien se sabe que el frío del llano es funcional a activar disidencias que serían muy bienvenidas para el futuro oficialismo.